miércoles, 3 de octubre de 2012

Coherencia.

Subio más alto de lo que daba la escalera, desde allá les gritó a todos.
Era raro verlo suspendido en el espacio. Era como escuchar Queen, sin auriculares, al aire libre y por una pradera.
Volaba o flotaba?
Se hacía dificil entenderlo, quizás era eso lo que trababa el entendimiento de lo que decía. Quizás el orden de las palabras o el Sol que daba de frente.
La cuestión era que estaba flotando en lo alto y todo el pueblo se había parado para verlo flotar... o volar... lo que sea que estuviera haciendo.
Me acerque un poco más y ví cómo estaba vestido.
¡La puta madre!
Cómo en la películas Argentinas, que veía cuando era chico.
Todos puteaban, y era una sensación rara, ver a los mayores que miraban una pantalla y le permitían decir esas cosas que a nosotros nos prohibian y que generaban tanto escozor en otros momentos.
¡La puta madre! ¡Estaba volando sin calzoncillos y con una toga!


Ruperto, le decían en el barrio. Un pibe con algunos "problemitas" de personalidad, pero coherente.
Ese había sido el punto que nos había juntado en la plaza. El estaba bajando del tobogán por la escalera y yo que quería subir a tirarme por donde él había escalado, nos encontramos de frente. Fué entendimiento del que no se necesitan palabras. Me corrí, porque el venía vajando y se hacía más complicado esperar en la escalera que en el piso. Igual, de todas maneras, no me imagino cómo habría hecho si no lo dejaba bajar, para pasar los dos por la escalera. Coherencia, me dijo cuando bajó y pasó al lado mío. Cómo los pibes de esa edad, fingí que no lo había escuchado y subí las escaleras.

En el trampolín de la pileta, en ese momento cuando estás decidiendo tirarte por primera vez de cabeza desde taaan alto, lo vi mojandose las patas en el borde de lo hondo, en la pileta y el muy hijo de puta me dijo denuevo: Coherencia.

Había sido una relación: Coherente.
Ruperto le decían en el barrio. Un pibe con algunos "problemitas" de personalidad, pero coherente.

Pasaron muchos años, hasta que volví a verlo por el barrio. Su familia había viajado lejos y se habían establecido en muchos lugares distintos... dispares... lejanos... y esas combinaciones parecían no haberle hecho bien.
El semblante pálido, como si hubiera tenido una enfermedad prolongada y sus músculos se hubieran quedado en otro lado.
La primera vez que lo ví, se bajaba del auto de los viejos. Los viejos, que ya estaban viejos pero conservaban esa altura que algunos, entrados en edad, sostienen.
Lo miré...los viejos estaban bajando las valijas del baúl del auto y él, detenido en la vereda, miraba la fachada del caserón de los Toscano, que era donde se mudaba la familia.
Siempre había pensado que en esa casa, la familia que mejor quedaba del pueblo era la de Ruperto.
Coherencia, me dijo cuando me le acerqué para saludarlo. Nos habíamos entendido, pero esta vez, con unos cuantos años más, decicí hablarle:

Carlos - El tobogán comparte en sus direcciones, la cima...

y me fuí!

Me reí como dos cuadras. Recuerdo que miraba las baldozas y el cielo, eran las dos cosas que recuerdo, porque las carcajadas me obligaban a ese recorrido.
Si lo viera a Peter Pan, ya sabría cómo volar...
Bueno, en realidad la tendría que ver a campanita. Pero bueno, la cosa es que estaba en lo mejor, cuando me enteré del accidente de mis viejos.
Se habían muerto los dos, en un "gran choque fatal", lo habían titulado los diarios del barrio.

Pensé mil cosas...
Tantas, que me parecía haberlo logrado...
Pero siempre queda una que no pensas, esa que cuando la conoces, te das cuenta que ni te acercaste a las posibilidades que tenés.  

Era otoño...
Ruperto estaba sentado en un banco de la plaza.
Los dos habíamos crecido bastante. Me senté en la punta del banco. Era un día soleado, esos en los que el sol ilumina, pero calienta, solo cuando no sopla el viento.

El sol, se empezó a ver naranja en los edificios, los pajaros ya comenzaban a guardarse y Ruperto sin dejar de mirar un punto que había estado mirando... calculo que toda la tarde, me dijo:

Ruperto- La cima del tobogan tiene unas manijas parecidas a la escalera de la pileta.

Carlos- A veces, uno debe correr riesgos si quiere probar sus posibilidades.

Ruperto se sonrió.

Ruperto- El camino es simple, si estas dispuesto a no seguirlo.

Eso, no me lo esperaba.
Me levanté y sin mirarlo me fuí caminando por el cantero. Llegué a casa y me acosté a dormir.
Otra vez empecé a pensar en todas las posibilidades, pero sabía que núnca iva a poder pensarlas.
Es ese momento, es donde ves que el destino ya no sirve para nada... que no existe...

Depués de un tiempo me lo volvía a cruzar. Estaba sentado en la esquina, en el café de la esquina, haciendo que tomaba sol.
Me senté en la mesa y le dije:

Carlos- El camino, es la diferenciación de todo el resto, por eso parece estar más claro.

Ruperto se enderezó un poco, pero no dejó de tomar sol, o hacer que lo hacía.

Ruperto- La llegada, pueden ser los bordes de ese camino...

Carlos- No es necesario encontrar las diferencias, para identificarse a uno mismo.

Me asustó.
La reación de Ruperto me asustó.
Jamás lo ví así.
Se paró de un saque, dejó la posición de tomar sol, o hacer que tomaba, dejó la plata del café y caminó unos pasos. Se detuvo y volvió a la mesa.

Ruperto- Gracias, Carlos, muchas gracias!

Se volvió y camino por la vereda soleada.

Esa fué la última vez que lo ví. Hasta ahora, que se pasea volando por el barrio en toga y sin calzoncillos.
Qué hijo de puta...
Cómo en la películas viejas Argentinas.

Pablo Brand


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